miércoles, marzo 30, 2005

Sueño plagiado pero interesante

El otro día soñé lo que podría ser un cuento de Pablo Cohelo. En plan El alquimista y con referencias a muchos otros cuentos.


Resulta que me levantaba de la cama e inexplicablemente comenzaba un largo viaje por lugares fantásticos que no recuerdo hasta que llegué a la Ciudad de la Luz (creo que inspirada en el blog de mi amigo iamme) . En esta ciudad, una luz fría y blanca inundaba sus grandes plazas y anchas avenidas durante todo el día, robándole los colores a las cosas. No existían los cristales ahumados así que mientras al principio la luz resultaba espectacular, cada día que pasaba era más molesta. Los últimos días que estuve en la Ciudad tenía que ir con los ojos complétamente entornados y cubriendome la cabeza con algo, al igual que el resto de los habitantes.
Yo creo que esta parte del sueño simboliza el despertar al conocimiento y como se da uno cuenta de que el conocimiento no tiene nada que ver con el saber, igual que la teoría no tiene nada que ver con la práctica. La luz es la información, pero una información fría, sin colores. Una información para calculadoras, no para seres humanos. Por ejemplo, no es lo mismo leer sobre el cancer que tener cancer (se aprende infinitamente más con lo segundo).

Al final conseguía escapar de la ciudad. El hombre para el que trabajaba (vease la similitud con El Alquimista, el hombre de la tienda de vidrio) me explicó un buen día conmovido por mi desesperación que sólo podría salir cuando encontrase un objeto cuyo color pudiese distinguir a plena luz del día.
Un día, paseando por el bazar, encontré una alfombra que resultaba de un rojo caldera descaradamente sólido entre los lívidos colores de las demás y la compré.
Más tarde la extendí en el suelo para enseñarsela a mi jefe y repentinamente, una suave brisa en forma de tornado (o un tornado sutil y delicado) me succionó y llevándome sobre mi alfombra a través de un agujero entre las nubes
(lo sé, aquí se ha colado Aladín). El agujero se continuaba por varios paisajes, transportandome bajo las aguas del mar, que solo me mojaban la cara con salpicaduras y bajo la tierra, en cuevas en las que podía leer mi propia historia en tiempo real grabada en las paredes (he aquí una referencia a La Historia Interminable).

El sueño termina cuando me despierto en mi cama con 80 años y miro a mi izquierda, donde observo a una anciana y me doy cuenta de que su pelo canoso una vez fue rojo caldera.

Brutal, ¿no?

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